El viernes fui al cine con mi amigo Alex.
Ir al cine con Alex es una experiencia inquietante, uno nunca termina de saber si lo más interesante pasa del lado de la pantalla o del lado de las butacas. Él siempre te hace ver otra película, la que edifica con sus destellos de hilaridad, con sus breves comentarios por lo bajo, con las respuestas a los sonidos de la gente que le pide que se calle. Alex es el típico espectador que uno odia encontrar en una función, a menos que se haya decidido ir a ver la película junto a él.
Y eso hice el viernes con Copia certificada, el último film de Abbas Kiarostami, convencida -por lo que había leído por ahí- de que ésta "no era una película como las de Kiarostami", sino una comedia con actores conocidos y rodada en Europa. El primer plano con los títulos me alcanzó para comprobar el error de los críticos, que no habían sabido emparentarla con el cine anterior del director. Estaba frente a un Kiarostami puro, aun cuando el rostro y la voz de Juliette Binoche y el paisaje de la Toscana distaran mucho de la sordidez de la geografía iraní.
A los cuarenta minutos de película, me acerqué a Alex y le dije al oído: ¿Los personajes se conocen o están jugando a que se conocen?. Alex levantó sus cejas, se quitó la mano que tenía apoyada debajo de su cara y me contestó "Por supuesto, son un matrimonio. ¿No te diste cuenta?". Kiarostami había cumplido su cometido, confundirnos, invertir el orden, desarticular lo establecido, hacer que la copia luciera como el original o, peor aún, quitarle al original aquello que Walter Benjamin en su ensayo La obra de arte en la era de sus reproductibilidad técnica denominó "el aura", su revestimiento, para que se (des)luciera como una copia.
Con la excusa de hablar sobre arte, Kiarostami expone los retazos de amor de una pareja que el tiempo deshilachó. O de un hombre y una mujer que son la copia de lo que alguna vez ellos fueron, o de lo que fueron otros, unos distintos a ellos.
El sábado por la mañana, Alex me llamó por teléfono. "Sabés que creo que tenías razón", me dijo. "No eran un matrimonio, ellos no se conocían, solo actuaban como si lo fueran". Me sonreí. Para ese momento yo ya estaba convencida de que sí lo eran. O lo habían sido. Solo que el tiempo les había hecho perder el "aura".
Hace unos años, en oportunidad del VIII Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI), me tocó hacer una nota sobre el cine de Abbas Kiarostami para la revista Leer Cine. Todo lo que allí escribí se aplica a Copia certificada. Acá va, entonces, lo dicho en ese momento.
LAS PARTICULAS ELEMENTALES
Debo confesar que no ha resultado una tarea fácil empezar esta nota. Mi voluntad se debatía entre iniciar un abordaje teórico que diera cuenta de la complejidad del cine de Kiarostami o, simplemente, entregarme a la puesta en palabras de alguna imagen de sus películas que, como un destello, iluminara sus ideas. Teniendo presente que estamos frente a un realizador bastante obsesionado con las direcciones y los caminos, el que yo eligiera determinaría con seguridad no solo la trayectoria de mis posibilidades para describir su cine, sino también el destino que éste pudiera alcanzar para quienes Kiarostami es apenas el director de un film aburrido llamado El sabor de la cereza. No me resultaba fácil hasta que por fin di con la elección del título y éste me condujo en forma directa al centro de la nota.
Muchas veces elegimos explicar algo desde una visión del conjunto; quizás, esa distancia es la manera en que algunas cosas pueden expresarse mejor, sin embargo, en ciertos casos un pequeño detalle puede contener el germen del todo. Es por eso que he decidido empezar por pequeñas partículas, pues creo que ésta es la forma en que Kiarostami construye su cine: sumando y superponiendo, una a una, finas capas de pintura.
Muchas veces elegimos explicar algo desde una visión del conjunto; quizás, esa distancia es la manera en que algunas cosas pueden expresarse mejor, sin embargo, en ciertos casos un pequeño detalle puede contener el germen del todo. Es por eso que he decidido empezar por pequeñas partículas, pues creo que ésta es la forma en que Kiarostami construye su cine: sumando y superponiendo, una a una, finas capas de pintura.
Primer Plano es el mejor ejemplo de este cine construido a partir de moléculas de ADN. La película relata la historia de un hombre humilde, Sabzian, sin trabajo y fanático del cine, que se hace pasar por el popular director de cine iraní Moser Majmalbaf ante una familia de clase media de Teherán. El engaño consiste no solo en impostar su persona, sino también en convencer a los miembros de la familia de protagonizar “su” próxima película, para lo que se instala por unos días a vivir con ellos con el fin de hacerlos ensayar en su propia casa. El implacable destino y su propia torpeza logran que sea desenmascarado por la prensa y la policía, y finalmente, enviado a la cárcel. El impostor reconoce en todo momento los hechos, pero se justifica y ampara en su amor incondicional por el cine, en la admiración desmedida por el director Majmalbaf y en su situación económica apremiante. Aun así, no logra conmover a la justicia y es condenado por el delito de estafa.
Pero quisiera detenerme en una sola escena para sustraer de la misma la esencia de la película y de Kiarostami. El día en que Sabzian sale de prisión, el auténtico director Majmalbaf, que lo esperaba en la puerta, lo saluda con un emotivo abrazo, lo reprende por el torpe fraude y luego lo invita a subir a su moto para dirigirse a la casa de la familia engañada con el fin de hacer públicas las disculpas. En el trayecto paran en un vivero y Sabzian compra una planta para ofrecerles como muestra de su arrepentimiento. Una vez en la casa, toca el timbre. Desde el interior preguntan quién es. La respuesta la da el falso Majmalbaf y, en consecuencia, la puerta permanece cerrada. Enseguida vuelven a tocar y responde el verdadero Majmabaf, por lo que la puerta se abre. Esta única situación contiene la complejidad de toda la película, a la vez que solo puede comprenderse por su articulación con el todo. Y el todo, en este caso, está constituido por la suma de algunos detalles: la historia es real en su totalidad, sus actores son los propios protagonistas y se representan a sí mismos, tanto en las partes filmadas en vivo como en las que debieron ser reconstruidas. La escena de la cárcel está filmada en tiempo real, con cámara oculta y la banda de sonido aparece deliberadamente cortada para obstruir la posibilidad de que los espectadores escuchen parte del diálogo entre los dos Majmalbaf, para devolverle algo de intimidad a ese incómodo momento. Primer plano es una película que habla del mundo del cine, o sea, del universo de las apariencias, de la representación, y no lo hace solamente desde el contenido, sino también, desde la forma. La frase que la madre de la familia engañada le dice al auténtico Majmalbaf resume, desde su paradojal sentido, todo el espíritu que anima al film: "Señor Majmalbaf, el otro señor Majmalbaf era más Majmalbaf que usted".
Cuánto de mentira subyace en la realidad y cuánto de real podemos tomar para fabricar mentiras.
LAS FORMAS DE LO PROHIBIDO
El cine de Kiarostami ha generado un encanto particular en Occidente a partir de una dualidad que le es intrínseca. Hace más de quince años, el estreno de El sabor de la cereza tuvo una aceptación altísima en el público y en la crítica, pero se edificó a través de la misma un equívoco. Se pensó que Kiarostami era un director que comulgaba con el neorralismo. Las imágenes de esa película están plagadas de tiempo en su estado puro, sin embargo, sobre el final, se desviste de ese velo realista para descubrir, detrás de ese relato, otro por encima: el relato de la filmación. Esa presencia final del artificio rompe el esquema de la ficción y nos aleja sin más del realismo. Kiarostami utiliza la realidad en forma engañosa para jugar con ella, ponerla en cuestión, aprovecharse de su inmediatez y naturalidad para transmitir otros temas que tienen que ver con el cine y sus posibilidades de representación y de producción. Y es a través de esta operación de pensar el cine que vuelve, como un péndulo, a pensar la realidad. Esta forma de mediatez que utiliza no solo es deliberada, sino que además es cautiva ¿Esto qué significa? Que Kiarostami es un director que produce arte en una sociedad en la que, luego de un pasado secular y modernizante, se resintauró el dominio del Islam. Y esto ha llevado a que el cine no pueda poner en imágenes ni en palabras ciertas cuestiones por el simple hecho de que están prohibidas por el régimen islámico. Entonces, esta aparente ingenuidad en los relatos lo es solo en apariencia, pues en definitiva, aquello de lo que hablan sus personajes es de cómo el cine -en tanto arte que subvierte- puede intervenir en esas realidades oprimidas por las condiciones sociales, políticas y religiosas para modificarlas. Kiarostami es un director que devuelve, a través de sus películas, parte del ropaje de la modernidad de la cual la sociedad iraní ha sido brutalmente despojada por el islamismo.
Por poseer la habilidad de hacer coincidir lo simple con lo complejo es que si el cine pudiera dividirse en partículas elementales, gran parte de ellas poseerían la textura de las imágenes de las películas de Kiarostami.