viernes, 19 de agosto de 2011

Ciudadano Kane



"A lo largo de nuestra vida, solo nieva una vez en nuestros sueños". Nieve. Orhan Pamuk
"Si hubiera sido el principio de un poema, habría llamado a lo que sentía en su interior el silencio de la nieve". Nieve. Orhan Pamuk 

        Según dicen los textos sagrados, Dios castigó a los hombres que osaron franquear su omnipotencia construyendo una inmensa torre que ambicionaban elevar hasta el cielo. Fue así que les envió en reprimenda la confusión de las lenguas, obligándolos a expandirse por toda la superficie del planeta, presos de las hostilidades que surgieron entre ellos ante tan inexpugnable barrera. Desde ese momento, los mortales andamos pagando las culpas de una lucha absurda entre un dios bastante altanero y unas criaturas demasiado ambiciosas.

Pero así como ha habido algunos que se interesaron en la anodina empresa de escalar las alturas en busca de una deidad que parece no querer acoger a nadie en sus brazos; otros han puesto toda su inteligencia y sensibilidad al servicio de derribar las vallas que separan a los hombres entre sí. Con este fin es que han preferido tender puentes para acortar las distancias, suprimir las diferencias, acercar las posturas. El arte ha sido uno de los ámbitos en donde esta tarea conciliadora ha encontrado el vehículo para desplegarse.
A orillas del Bósforo y desde la fastuosidad de una ciudad –Estambul– que concibe en su seno tanto la opulencia como la decrepitud de más de un imperio, el escritor turco Orhan Pamuk (Estambul, 1952) busca –a través de la firme arquitectura de su prosa– aunar dos culturas afincadas en dos márgenes no tan distantes como opuestas. Sus obras constituyen entonces un tejido formado por una red de tendidos que integran las diferencias entre un Oriente no tan lejano y un Occidente más bien próximo, entre la amargura por las ruinas del pasado y el deseo de renovación del presente, entre el laicismo y la religiosidad, la modernidad y la tradición.
El resultado de esta Babel extendida hacia los laterales, que viene edificando Pamuk, le ha valido tanto su reconocimiento internacional con premios como el Nobel de Literatura (2006) o el de la Paz de los libreros alemanes (2005), entre muchos otros, así como también el odio necio de quienes creen hallar en sus libros y declaraciones públicas alguna absurda ambición por construir una escalera al cielo. Circunstancia ésta que lo ha condenado a que cargar sobre sus hombros amenazas políticas y persecuciones judiciales. No obstante, el mesianismo de sus detractores se enfrenta al temperamento de un hombre que decidió no silenciar sus ideas ni torcer el trayecto de media hora a pie que todos los días le demanda ir de su casa a su estudio, en pos de la seguridad y el respeto que el gobierno de su propio país no le prodiga. Quien haya leído cualquiera de sus novelas (El astrónomo y el sultán, El libro negro, Me llamo Rojo, Nieve, La vida nueva, por sólo nombrar algunas) sabrá que éstas son la clara muestra de que sus ideas no ambicionan inmiscuirse entre asuntos divinos ni verdades reveladas, sino entre las fisuras de los pensamientos turbios y ambiguos de los hombres, sin mayor certeza que la del desconcierto.


Nieve es el resultado de un interesante trazado geométrico que busca unir los vértices de un triángulo compuesto por temas como el islamismo político, el laicismo modernizante y la recuperación de un amor perdido.
Así como Orson Welles hurgaba entre los recuerdos de las personas que habían conocido de cerca a su ciudadano Kane para poder dotar de sentido su vida y hallar las razones que éste dejó sin develar al momento de su muerte; Pamuk indaga, a través de la voz de un narrador, casualmente llamado Orhan y de profesión periodista, en la aleatoria memoria de unos personajes aturdidos por las consecuencias de una compleja realidad política y religiosa sobre un período en la vida de un viejo amigo, un hombre llamado Ka, quien ha muerto en extrañas circunstancias.
Ka (la notoria vinculación al K. de El proceso, de Franz Kafka no responde más que al tendido de un puente entre las márgenes de la literatura) es, a su vez, un poeta que se ha exilado en Frankfurt, Alemania, pero que ha vuelto a Estambul, luego de doce años de ausencia, en ocasión de la muerte de su madre. Una vez allí, y como respuesta a un repentino deseo por regresar a su infancia, Ka se traslada a la ciudad de Kars (kars en turco significa “nieve”), un pueblo  olvidado al noroeste de Turquía, en donde la nieve cae tan copiosamente que termina por convertir el aislamiento en real. En ese ámbito de encierro, Ka emprende una investigación periodística sobre el asesinato del alcalde de la ciudad y los suicidios de varias jóvenes musulmanas, a quienes se les ha impedido usar el velo en las escuelas. La historia transcurre en tan solo tres días, aunque claro, no es la voz de Ka la que narra los confusos hechos que se suceden durante su estadía en Kars, sino la más distanciada de su amigo periodista, en su afán por reconstruir: por un lado, el conjunto de poemas que Ka concibió a su paso por la ciudad y el destino del amor trunco por la bella Ipek; y por el otro, las razones de una revuelta política entre un extremo gobierno secular, que no quiere que se investigue el tema de los suicidios, y una insurrección islamista, que opera desde la clandestinidad y el fundamentalismo.
La novela está escrita con una prosa que fluye y con ciertos toques de humor, y puede ser leída como la historia de un hombre enfrentado a las dicotomías que su pasado y su presente le plantean tanto en el terreno del amor como en el ideológico. Pero Pamuk apuesta a la intelectualización, por lo que termina por convertirla en mucho más que el trazo lineal de una vida, en una puesta en escena sobre la representación de una representación. Ya que por un lado los habitantes de Kars, durante el aislamiento por el temporal de nieve que corta su lazo con el resto del país, asisten a la teatralización de un golpe de estado, que a su vez es la dramatización de una situación política real y compleja. Por otra parte, los medios de comunicación, como el diario y la televisión, hacen su propia pantomima de los hechos, aventurando las noticias aun antes de que éstas ocurran y transmitiendo en directo la actuación de una mujer musulmana que decide quitarse su velo en público. ¿Y qué es acaso el velo sino una representación de una repre (sión)?
Nieve es quizás la novela más política de Pamuk. Aún así, las disquisiciones intelectuales están sazonadas por un fino halo poético y romántico anclado en un paisaje que, así como la nieve, se conforma en su diferencia, pero se vislumbra en su homogeneidad.
Y es precisamente la nieve, silenciosa, lacerante, inmutable, aquello que en el medio del “kaos” conecta a Ka con su silencio interior y lo devuelve a los blancos y reparadores parajes de la infancia, como el “Rosebud” del pequeño (Ciudadano) Kane.
Solo nieva una vez en nuestros sueños.