lunes, 24 de octubre de 2011

Crónicas marcianas ^^





Quiero expresar mi preocupación por la política comercial que el gobierno de la Argentina está adoptando en relación a ciertos ámbitos de la cultura, como es el caso de los libros.
Se ha prohibido la importación de los mismos con el argumento de defender la industria nacional.
A continuación una explicación detallada de los hechos, que he extraído del sitio 





#liberenloslibros
Publicado el octubre 22, 2011
No soy el editor de una revista que va a quebrar.
Tampoco estoy en contra del gobierno, ni estoy 100% a favor.
Algunas cosas están bien, otras están mal.
El bloqueo a los libros está mal.
¿Por qué?
Porque no es una medida que pretenda fomentar la industria nacional. Lo único que pretende es solucionar un tema de divisas. La persona que está detrás del bloqueo no acepta ni promueve ningún diálogo para planificar un crecimiento en la industria gráfica nacional. Lo único que busca es que se exporte. Lo que sea. Ropa, comida, lo que sea.
¿Pero por qué?
Porque el bloqueo es una acción inmediata, con resultados inmediatos. Es el beneficio de la violencia. Pocas cosas la superan en rapidez.
Un plan para incentivar la industria gráfica y la industria editorial lleva tiempo, e implica conocer el mercado editorial.
¿Qué particularidad tiene el mercado editorial?
Estas son algunas:
-Que la importación es algo inherente. No todos los libros tienen un mercado tan grande como para poder hacer una tirada de 2.000 ejemplares. Muchos libros se traen de a pocas cantidades por vez, a medida que se van vendiendo. ¿Entonces eso quiere decir que esos “pocos” libros no importa que falten? No. Los libreros lo saben muy bien. El grueso de la venta de una librería no es el bestseller. Es el “catálogo”. Esto es: se venden más libros de a un ejemplar, sumándolos todos, que lo que venden las novedades del momento.
-Que no es tan sencillo editar e imprimir un libro acá. Hay cuestiones de derechos y de contratos que hay que negociar previamente. Además no todas las editoriales están instaladas en el país.
-Lo mismo para exportar. Son negociaciones que llevan tiempo y dependen de una capacidad de industria gráfica competitiva.
-Además no todos los libros pueden ser exportados. Muchas temáticas son locales y no interesan en el exterior. Casualmente, hoy en día, estos son los libros que tienen tiradas más grandes.
¿Pero qué es esa diferencia entre industria gráfica e industria editorial?
Resumiéndolo mucho sería así. El autor no escribe un libro. El autor escribe un “manuscrito”. Es el editor el que lo convierte en un libro. ¿Qué quiere decir esto? Que lo que se entiende por “libro” es el “manuscrito” más todo el trabajo que le pone encima el editor: corrección, pertenencia a un catálogo, diseño de tapas, traducción, etc…
Entonces la industria gráfica lo que hace es crear un objeto físico, el libro, al que el editor dotó de carga simbólica. Por supuesto, todo arranca con el manuscrito, con el autor.
¿Entonces fomentar el crecimiento de la industria gráfica…?
Ayudaría a que la industria editorial tenga más herramientas para negociar contratos y ediciones nacionales. Pero para eso hay que poder imprimir en el país.
¿Y por qué no se imprime todo acá?
Porque al ser más barato imprimir afuera la industria gráfica nacional no está tan desarrollada. Por ejemplo hoy no se pueden imprimir libros de tapa dura, o de papel ilustración, o de distintos formatos. Se “editan” acá, pero se mandan a imprimir a otros países.
Falta papel, faltan máquinas, falta en definitiva un plan que la haga crecer. Que la haga más competitiva y permita exportar a un precio que los demás países estén interesados en comprar. Y eso lleva años.
Imprimir en el país siempre implica grandes tiradas y ya dijimos que no todos los libros tienen un mercado tan masivo.
¿Y por qué nadie habla del bloqueo? ¿Por qué lo poco que leí es que era una medida para fomentar la industria nacional?
Por la misma arbitrariedad con que se detuvieron todos los libros y no permiten sacarlos de la aduana. Importar libros es legal y todos los libros retenidos cumplen con los requisitos y papeles en regla. Y sin embargo no permiten sacarlos. ¿Amparados en alguna ley? No. Justamente. Cuando alguien tiene el poder para hacer algo así, tiene el poder para hacer muchas más cosas. Por ejemplo que nadie hable del tema.
O por ejemplo permitir que una revista sea liberada porque la movida que se generó en internet molestaba. Se bloquean a dedo y se liberan a dedo.
¿Pero, entonces, los editores quieren o no quieren imprimir acá?
Por supuesto que quieren, y estarían dispuestos a dialogar para armar un plan en conjunto, que llevará unos años, para que crezca la industria nacional.
Pero repito, detrás del bloqueo no hay un interés en que se imprima en la Argentina. Lo único que se busca es nivelar la balanza de las importaciones y exportaciones. Pretenden que se exporte la misma cantidad de libros que se importan. Perdón, en realidad no se pretende que se exporten libros, puede ser cualquier cosa, mientras la relación sea uno a uno.
Para terminar:
Este texto está escrito para que entiendan lo complejo de la situación. Es apenas un acercamiento a un tema que necesita mucho más desarrollo. Lo importante es que entiendan que el bloqueo a los libros no es nada bueno y no soluciona nada de fondo. Y que la decisión que esto continúe no está solo en las manos del gobierno. Hagan circular este escrito. Hagan circular #liberenloslibros.
J.C. Mardrus



http://liberenloslibros.wordpress.com/2011/10/22/liberenloslibros/


jueves, 13 de octubre de 2011

Lost Highway


"El mundo está harto de mí y yo estoy harto de él". Charles D' Orléans
No pude evitar citar en esta nota la misma frase que el francés Michel Houellebecq cita en el comienzo de su último libro, El mapa y el territorio. No pude evitar transcribirla, pues me parece que resume en gran medida el espíritu de su autor, de esta novela y, me aventuro a afirmar que, también, del malestar que recorre nuestra época. El hastío de Charles D’ Orleans posiblemente respondiera al encierro al que se vio sometido durante veinticinco años bajo los muros de la Torre de Londres por orden de Enrique V, quien lo tomó cautivo luego de vencer a los franceses en una de las batallas más importantes de la Guerra de los Cien Años. El hastío del que  Houellebecq da cuenta en toda su obra, y en esta novela en particular, es deudor también de un encierro, pero no por la disputa de un territorio, sino como consecuencia de una cartografía.

Michel Houellebeq no es un escritor para espíritus templados. La lectura de sus libros suele agitar pasiones encontradas entre quienes creen hallar en el filo de su pluma el corte sutil y preciso de alguien que disecciona el mundo a su paso, y quienes consideran que nada resuena detrás de sus palabras, apenas el eco de un grito lanzado al vacío y con el único propósito de impresionar a la platea. Es difícil mantenerse en terreno neutral frente a su narrativa. Yo no he podido hacerlo ni antes ni después de la lectura de este libro. Especie de bisagra que me hizo abandonar de plano las huestes de sus más feroces detractores y arrepentirme de la ligereza con la que cedí mi lugar cuando, hace unos años atrás, fui invitada a una conferencia suya en la Alianza Francesa de Buenos Aires.

¿Pero qué fue lo que medió entre Las partículas elementales –la novela que lo consagró al éxito– y El mapa y el territorio para que se operara en mí un pasaje tan abrupto?
La respuesta, podría decirse, es casi una cuestión de fe. Esta vez le he creído. Quizás porque algo de autenticidad recorre las páginas de su último libro alejándolo de la mera provocación y acercándolo a la mirada melancólica de un visionario más que a la aridez de la de un cínico. En sus novelas anteriores, Houellebecq solo trazaba mapas. En ésta no solo los traza, sino que él mismo se erige en territorio. Se expone a la exploración, deja que se inscriban en él los síntomas, los hace carne, despedaza con la pluma su propio cuerpo. Alcanza el máximo grado de compromiso al que puede llegar un artista, se convierte en la obra.
Houellebecq es un escritor que molesta, su narrativa es inquietante porque se atreve a desnudar el cuerpo de una sociedad en descomposición y a emitir diagnósticos por demás perturbadores sobre el porvenir del ser humano. Es un verdadero sintomatólogo del presente, alguien con la astucia necesaria para saber en dónde presionar los puntos neurálgicos de los males que nos aquejan.



 La novela está formalmente dividida en tres partes, pero su trama se desarrolla en dos. La primera narra la evolución de la carrera artística de Jed Martin, alter ego de Houellebecq, quien se relaciona con el famoso escritor “Michel Houellebecq” para que éste escriba el prólogo del catálogo de su próxima muestra de pinturas. La segunda parte tiene el formato de una novela policial y se adentra en la investigación de un crimen del que Martin será una pieza clave para su resolución. En principio pareciera que ambas partes no guardan debida conexión entre sí, sin embargo, es interesante descubrir la forma en que Houellebecq va imprimiendo el mapa de la novela por sobre el mapa de la sociedad post Revolución Industrial, consciente de que la cartografía del presente ya no pasa por el relevamiento del simple registro de las cosas y de que lo virtual se ha ceñido sobre el mundo moderno, de manera que ese registro original se ha tornado imposible más allá de su imposibilidad intrínseca, esa que nos impedía asir la realidad del todo. Houellebecq nos demuestra que en este proceso hemos dejado de percibir el territorio tal como es (o tal como alcanzábamos a verlo) y, a cambio, hemos trazado una infinidad de mapas dispersos, superpuestos, distorsionados, cuyas parcialidades ya no dividen al territorio como si fuera un puzzle, sino que lo contienen en el todo, como si fuera un holograma, pero asimismo lo vuelven imposible de asir.



También traza un mapa sobre el arte desde sus  orígenes hasta la actualidad. El cuadro, que el personaje de Jed Martin magistralmente titula “Damien Hirst y Jeff Koons repartiéndose el mercado del arte”, resume en su interior la esencia de esa “evolución”. Cuando el arte se emancipa del bien y el mal para su existencia pierde su revestimiento de moral y metafísica, pero logra independizarse como disciplina e incorpora valores estéticos a cambio de los éticos que deja en el camino. La representación entonces pasa a ocuparse de la belleza y de lo sublime. Más tarde, pierde a su vez la estética para poder convertirse en valor de cambio, en una mercancía más. Este proceso de despojamiento, de ir perdiendo el ropaje para quedar el objeto convertido en otra cosa –en este caso, en puro objeto de consumo–, está explicitado también en el pasaje que Jed Martin hace  de su mirada sobre el mundo, de su mapa mental. Martin pasa de la fotografía a la pintura y luego al video, de los objetos a las personas y luego a la vegetación, pura y llana topografía del terreno. Dedica los últimos años de su carrera artística a filmar una y otra vez una carretera privada que hace construir en el interior de su finca. ¿Qué es esta obra sino la muestra de la imposibilidad de asir el territorio? ¿Y qué es el recorrido tenaz y persistente de esa carretera interna sino la necesidad de representar el territorio interior, de elaborar el mapa del artista/del hombre? 

Quiero dejar constancia del mundo… Simplemente quiero dejar constancia del mundo”, le hace decir Houellebecq a Martin sobre el final del libro (y de su vida). El mismo deseo que atormenta al Houellebecq real y que lo lleva a escribir novelas para recorrer carreteras, explorar territorios, trazar mapas virtuales que no son más que espacios simbólicos en donde el ser lucha por encontrarse a sí mismo, y apenas si alcanza a hallar pedazos, retazos de un cuerpo que deambula, como en una película de David Lynch, por una carretera perdida.