A Emilia, para que siempre haga oír su voz.
La anécdota cuenta
que una madre intentó saciar la curiosidad de su hija, de tan sólo siete años,
sobre las razones por las cuáles la humanidad habla tan vasta diversidad de
idiomas y dialectos y no una única lengua común. Así entonces la mamá le
explicó que los hombres –en los inicios de la Historia– habitaban en un
territorio reducido, casi inexplorado; que como eran pocos les bastaban unas
escasas señales para comunicarse entre sí, pero que a medida que los hombres
comenzaron a reproducirse, las necesidades –al principio– y la curiosidad –después,
los obligaron a echarse a andar; de esa manera empezaron a alejarse unos de otros y a
extenderse por el planeta. Y que eso conllevó inevitablemente a que los hombres
debieron desarrollar nuevas y más precisas formas de comunicación, nuevos
sonidos, nuevos lenguajes, etc. La pequeña, entonces, hizo una mueca de desconcierto,
miró a su mamá y le preguntó “¿Y las mujeres no hablaban?”. La madre, paradójicamente,
una mujer occidental, contemporánea y dedicada al mundo de las letras, le
explicó –no sin algo de culpa–
que la Historia cuenta que si bien las mujeres también hablaban, durante muchas
épocas y por largos períodos a sus voces no se las había dejado oír. Y que aún
hoy, en los albores del siglo XXI, en muchos más sitios de los que uno podría
imaginar, las mujeres todavía se ven obligadas a silenciar sus palabras o a
exponer su propia vida para intentar ser oídas.
A las 5 de la tarde, la película de la
joven directora iraní Samira Makhmalbaf (La manzana, Pizarrones), pinta
un inteligente y emotivo fresco, y nos invita a escrutar con ojos atentos los
avances y retrocesos de esa lucha que aun debemos seguir librando las mujeres –con
mayores o menores recursos a nuestro alcance– para que la historia de la
humanidad no sea la de “el hombre”, sino la de “las mujeres y los hombres”.
Filmada íntegramente
en la desvastada ciudad de Kabul y sus alrededores, A las 5 de la tarde toma
prestados el tono elegíaco y los versos del español Federico García Lorca (del
poema “La cogida y la muerte”, de su Romancero gitano) como el lei
motiv que atraviesa el film desde el inicio hasta el final del relato, y que se
representa en la misma escena que se repite, como un círculo predestinado y
maldito, en el primero y en el último plano. Si bien esa estructura circular
que posee la película pareciera sugerir que estamos frente a un circuito
perverso, se pueden desglosar, a su vez, otros varios recursos cinematográficos
que su directora utiliza, tanto en la puesta de cámara como en la puesta en
escena, y que inclinan más la balanza en el sentido de otorgarle una tregua al
destino que en condenarlo a la repetición.
La historia del
film se centra en un determinado momento en la vida de dos mujeres afganas que
viven entre las ruinas de una ciudad arrasada por una guerra, en donde la
violencia, la represión, la miseria, el dolor, y la muerte son las
excoriaciones expuestas de una herida que se resiste a cicatrizar. Ambas están
delineadas como el estereotipo del modelo social que representan. Una de ellas
es la madre de un moribundo bebé al que no puede amamantar como consecuencia de
su estado de inanición; la otra es una joven con aspiraciones intelectuales que
debe armar una pantomima para evitar que su padre descubra que concurre a la
escuela a estudiar, pues alberga la ilusión de llegar a ser presidenta de su país
algún día. La película oscila entre dos extremos de modelos de mujer, que no
son más que el producto de dos modelos sociales y de dos puntas generacionales
en las que se ponen en juego la ancestral puja entre la tradición y la
modernidad. Estos dos estereotipos, el de la mujer que está sesgada y confinada
a lo doméstico, por un lado, y el de la que busca en el conocimiento una forma
de salvación, de trascendencia y, a la vez, un camino hacia la vida pública que
le permita romper el círculo, (sobre)viven en el escenario de una de las
regiones menos desarrolladas del mundo.
Todas estas
apreciaciones se revelan a los ojos del espectador en la suma de ciertos
detalles que sólo la destreza de una directora sensible y con una mirada entrenada
puede reunir. Así es como se pueden hallar algunas escenas –de indubitable
belleza- en las que las mujeres atraviesan oscuros pasajes más allá de los
cuales se vislumbra la luz, u otras en donde el simple gesto de cambiarse un
par de zapatos o cerrar un paraguas son los síntomas de un deseo que puja por
salir de las sombras.
Con una gran
vinculación con Kandahar, la película que el reconocido director
iraní Mohsen Makhmalbaf (padre de Samira) filmó sobre el Afganistán del régimen
talibán, A las 5 de la tarde no se queda en el registro
documental o de denuncia, sino que va un poco más allá y tensa los hilos de la ética
y la estética para dar como resultado una obra plagada de poesía, que no sólo
se manifiesta en la elección de los versos lorquianos, sino también en el
despliegue de unas imágenes que buscan echarle un dejo de luz y sonido a ese
silencio oscuro que persiste anquilosado en la historia de hombres y mujeres
desde tiempos inmemorables.