jueves, 13 de octubre de 2011

Lost Highway


"El mundo está harto de mí y yo estoy harto de él". Charles D' Orléans
No pude evitar citar en esta nota la misma frase que el francés Michel Houellebecq cita en el comienzo de su último libro, El mapa y el territorio. No pude evitar transcribirla, pues me parece que resume en gran medida el espíritu de su autor, de esta novela y, me aventuro a afirmar que, también, del malestar que recorre nuestra época. El hastío de Charles D’ Orleans posiblemente respondiera al encierro al que se vio sometido durante veinticinco años bajo los muros de la Torre de Londres por orden de Enrique V, quien lo tomó cautivo luego de vencer a los franceses en una de las batallas más importantes de la Guerra de los Cien Años. El hastío del que  Houellebecq da cuenta en toda su obra, y en esta novela en particular, es deudor también de un encierro, pero no por la disputa de un territorio, sino como consecuencia de una cartografía.

Michel Houellebeq no es un escritor para espíritus templados. La lectura de sus libros suele agitar pasiones encontradas entre quienes creen hallar en el filo de su pluma el corte sutil y preciso de alguien que disecciona el mundo a su paso, y quienes consideran que nada resuena detrás de sus palabras, apenas el eco de un grito lanzado al vacío y con el único propósito de impresionar a la platea. Es difícil mantenerse en terreno neutral frente a su narrativa. Yo no he podido hacerlo ni antes ni después de la lectura de este libro. Especie de bisagra que me hizo abandonar de plano las huestes de sus más feroces detractores y arrepentirme de la ligereza con la que cedí mi lugar cuando, hace unos años atrás, fui invitada a una conferencia suya en la Alianza Francesa de Buenos Aires.

¿Pero qué fue lo que medió entre Las partículas elementales –la novela que lo consagró al éxito– y El mapa y el territorio para que se operara en mí un pasaje tan abrupto?
La respuesta, podría decirse, es casi una cuestión de fe. Esta vez le he creído. Quizás porque algo de autenticidad recorre las páginas de su último libro alejándolo de la mera provocación y acercándolo a la mirada melancólica de un visionario más que a la aridez de la de un cínico. En sus novelas anteriores, Houellebecq solo trazaba mapas. En ésta no solo los traza, sino que él mismo se erige en territorio. Se expone a la exploración, deja que se inscriban en él los síntomas, los hace carne, despedaza con la pluma su propio cuerpo. Alcanza el máximo grado de compromiso al que puede llegar un artista, se convierte en la obra.
Houellebecq es un escritor que molesta, su narrativa es inquietante porque se atreve a desnudar el cuerpo de una sociedad en descomposición y a emitir diagnósticos por demás perturbadores sobre el porvenir del ser humano. Es un verdadero sintomatólogo del presente, alguien con la astucia necesaria para saber en dónde presionar los puntos neurálgicos de los males que nos aquejan.



 La novela está formalmente dividida en tres partes, pero su trama se desarrolla en dos. La primera narra la evolución de la carrera artística de Jed Martin, alter ego de Houellebecq, quien se relaciona con el famoso escritor “Michel Houellebecq” para que éste escriba el prólogo del catálogo de su próxima muestra de pinturas. La segunda parte tiene el formato de una novela policial y se adentra en la investigación de un crimen del que Martin será una pieza clave para su resolución. En principio pareciera que ambas partes no guardan debida conexión entre sí, sin embargo, es interesante descubrir la forma en que Houellebecq va imprimiendo el mapa de la novela por sobre el mapa de la sociedad post Revolución Industrial, consciente de que la cartografía del presente ya no pasa por el relevamiento del simple registro de las cosas y de que lo virtual se ha ceñido sobre el mundo moderno, de manera que ese registro original se ha tornado imposible más allá de su imposibilidad intrínseca, esa que nos impedía asir la realidad del todo. Houellebecq nos demuestra que en este proceso hemos dejado de percibir el territorio tal como es (o tal como alcanzábamos a verlo) y, a cambio, hemos trazado una infinidad de mapas dispersos, superpuestos, distorsionados, cuyas parcialidades ya no dividen al territorio como si fuera un puzzle, sino que lo contienen en el todo, como si fuera un holograma, pero asimismo lo vuelven imposible de asir.



También traza un mapa sobre el arte desde sus  orígenes hasta la actualidad. El cuadro, que el personaje de Jed Martin magistralmente titula “Damien Hirst y Jeff Koons repartiéndose el mercado del arte”, resume en su interior la esencia de esa “evolución”. Cuando el arte se emancipa del bien y el mal para su existencia pierde su revestimiento de moral y metafísica, pero logra independizarse como disciplina e incorpora valores estéticos a cambio de los éticos que deja en el camino. La representación entonces pasa a ocuparse de la belleza y de lo sublime. Más tarde, pierde a su vez la estética para poder convertirse en valor de cambio, en una mercancía más. Este proceso de despojamiento, de ir perdiendo el ropaje para quedar el objeto convertido en otra cosa –en este caso, en puro objeto de consumo–, está explicitado también en el pasaje que Jed Martin hace  de su mirada sobre el mundo, de su mapa mental. Martin pasa de la fotografía a la pintura y luego al video, de los objetos a las personas y luego a la vegetación, pura y llana topografía del terreno. Dedica los últimos años de su carrera artística a filmar una y otra vez una carretera privada que hace construir en el interior de su finca. ¿Qué es esta obra sino la muestra de la imposibilidad de asir el territorio? ¿Y qué es el recorrido tenaz y persistente de esa carretera interna sino la necesidad de representar el territorio interior, de elaborar el mapa del artista/del hombre? 

Quiero dejar constancia del mundo… Simplemente quiero dejar constancia del mundo”, le hace decir Houellebecq a Martin sobre el final del libro (y de su vida). El mismo deseo que atormenta al Houellebecq real y que lo lleva a escribir novelas para recorrer carreteras, explorar territorios, trazar mapas virtuales que no son más que espacios simbólicos en donde el ser lucha por encontrarse a sí mismo, y apenas si alcanza a hallar pedazos, retazos de un cuerpo que deambula, como en una película de David Lynch, por una carretera perdida.





5 comentarios:

raindrop dijo...

En primer lugar, me transmites el deseo por leer el libro de Houellebecq (y ya es otro más que se une a mi lista de lecturas pendientes) porque se nota que lo has paladeado intensamente. Luego, el tema en sí ya me resulta apasionante por estas conexiones evidentes de las que ya hemos comentado algo en otra ocasión.
Y, por último, hay ciertos párrafos de tu reseña que me han permitido deleitarme en un sinfín de sugerencias, asociaciones y pensamientos que suelen acompañarme en mi viaje particular.

Al margen de ciertas polémicas (tal y como se informaba, por ejemplo, AQUÍ), son estímulos más que suficientes para llevarme a recorrer un excitante tramo de este territorio cartografiado.


besos

Daniela Vilaboa dijo...

El hecho de haber logrado transmitir el deseo por leer el libro ya es más que suficiente para mí. De eso se trata lo que intento hacer desde este sitio, de entusiasmar a la lectura.

Y sí, me lo he paladeado de lo lindo... subrayado, anotado al margen, releído, apuntado con stickers de colores, incluso lo he sacado a pasear, jaja. Al principio con mucho prejuicio, porque sus libros anteriores no me habían gustado, pero luego de un par de páginas me atrapó su lucidez.

No estaba al tanto de esta polémica. No quise leer nada antes de escribir el post para no enviciar mi opinión. Ahora bien, en los agradecimientos, el propio Houellebecq menciona Wikipedia como "fuente de inspiración" para dos o tres temas que no son para nada sustanciales en el desarrollo de su trama. Que como contrapartida de esto se haya colgado su libro en Internet y se lo acuse de plagio me parece un absurdo total y absoluto. Es pensar que una novela es solo el compendio o agrupación de cierta información y nada más. Quien la lea podrá darse cuenta de la elaboración que hay detrás de sus páginas.

Esta tontería me recuerda dos casos: el primero es el juicio contra Mark Zuckerberg. En "Red social" el personaje se defiende muy bien cuando dice "Si uds. fueran los inventores de Facebook, simplemente habrían inventado FB". El otro caso es el de "El péndulo de Foucault" de Umberto Eco. Muchos lo acusaban de haber escrito un libro con la información extraída de la enciclopedia.
Sin palabras... los necios me hacen reír. Que lo escriban/inventen/hagan ellos. A ver si pueden...

Uy, casi me queda tan largo como el post!
Besos y gracias por tu visita, raindrop.

Edgardo Cora dijo...

La insolencia de Houellebecq le ha hecho muy bien a la literatura francesa. Aire fresco en un sótano atiborrado de fantasmas.

En Sartre, las putas hablan como filosof@s, l@s filosofa-os como putas, en fin. Un bodrio.

La distancia entre las palabras y las cosas en Houellebecq es mínima. Al alcance del tacto, como las fotografías de sus mapas.

Muy buena tu review.

Edgardo Cora dijo...

La insolencia de Houellebecq le ha hecho muy bien a la literatura francesa. Aire fresco en un sótano atiborrado de fantasmas.

En Sartre, las putas hablan como filosof@s, l@s filosofa-os como putas, en fin. Un bodrio.

La distancia entre las palabras y las cosas en Houellebecq es mínima. Al alcance del tacto, como las fotografías de sus mapas.

Muy buena tu review.

manipulador de alimentos dijo...

Houllebecq siempre vuelve a los mismos temas pero el aura de vacío vital se encarna en 'El mapa y el territorio'como nunca, incluyendo su propio asesinato...