Mi excusa para salir de la
inercia a la que había sometido a este espacio, que surgió hace dos años y cuya
principal motivación era (y es) escribir sobre los libros que leo, se me cruzó
–literalmente– en el camino hace apenas unos días mientras corría con un amigo. «¿Tu
comentario sobre ese libro está en tu blog?» –me preguntó sin saber que esa
frase se convertiría en el MacGuffin
de esta nota y en el motor inicial de mi retorno al blog.
Nueve meses pasaron desde la última entrada. Nueve
meses de lecturas sin descanso, algunas tímidas y desinteresadas, la
mayoría apasionadas e intensas. De ninguna de ellas he dejado nada por escrito. Aun así estos nueve meses de improductividad
bloggera han sido fecundos para mi escritura. Avanzo con paso sigiloso pero
seguro sobre el último tramo del proceso de gestación de una novela, esa que
llevo dando vueltas en mi cabeza desde hace años y que hoy se escribe en su propia piel. He
tenido que elegir para poder hacer foco. Y en la elección, el blog llevó las de perder. Que valga entonces la promesa de mi libro como excusa por los nueve
meses de este lánguido abandono del que otra simple excusa ha logrado sacarme y obligado a poner en palabras la pasión que me generó la lectura del último libro de Nicole
Krauss: La gran casa.
Debí haber
escrito sobre esta novela hace un par de semanas cuando la devoré sin respiro ni piedad alguna por mi entorno. Pero los momentos a veces no hacen a las ocasiones y hoy
me encuentro frente a los retazos que mi memoria conserva de la historia que leí. Sin embargo, y como se trata en definitiva de encontrar una excusa para volver, nada más apropiado entonces que recomendar la lectura de un libro que se construye sobre la base de un gran MacGuffin.
Un viejo escritorio, que pudo haber pertenecido a García Lorca, atraviesa las historias de cuatro personajes en distintas épocas y tres ciudades (Nueva York, Londres y Jerusalém). El mueble pasa por la vida de cada uno de ellos, ya por su presencia como por su ausencia, y se convierte en el hilo conductor, en la excusa para indagar en unas historias muy distintas entre sí pero íntimamente ligadas por las mismas búsquedas existenciales. La re afirmación de la identidad, la conservación de la memoria, la finitud de la existencia, la trascendencia de los lazos afectivos, el verdadero sentido de la escritura. Los temas se despliegan en cada uno relatos y la voz de cada uno de los personajes intenta encontrar sus propias respuestas a esas diatribas que necesariamente exceden lo particular para expandirse a lo general, a eso que nos agrupa a todos: la condición humana. Detenerse en los pormenores del escritorio, el MacGuffin de esta novela, sería perder el foco y no ver el conjunto. La gran casa es una obra magnánima que toca niveles de profundidad poco usuales. En esos pliegues se halla el real sentido de esta historia, animarse a hundirse en ellos es el desafío que plantea su lectura. Y del que es imposible salir indemne.
Siempre es difícil volver, solo hay que encontrar una excusa.
Un viejo escritorio, que pudo haber pertenecido a García Lorca, atraviesa las historias de cuatro personajes en distintas épocas y tres ciudades (Nueva York, Londres y Jerusalém). El mueble pasa por la vida de cada uno de ellos, ya por su presencia como por su ausencia, y se convierte en el hilo conductor, en la excusa para indagar en unas historias muy distintas entre sí pero íntimamente ligadas por las mismas búsquedas existenciales. La re afirmación de la identidad, la conservación de la memoria, la finitud de la existencia, la trascendencia de los lazos afectivos, el verdadero sentido de la escritura. Los temas se despliegan en cada uno relatos y la voz de cada uno de los personajes intenta encontrar sus propias respuestas a esas diatribas que necesariamente exceden lo particular para expandirse a lo general, a eso que nos agrupa a todos: la condición humana. Detenerse en los pormenores del escritorio, el MacGuffin de esta novela, sería perder el foco y no ver el conjunto. La gran casa es una obra magnánima que toca niveles de profundidad poco usuales. En esos pliegues se halla el real sentido de esta historia, animarse a hundirse en ellos es el desafío que plantea su lectura. Y del que es imposible salir indemne.
Siempre es difícil volver, solo hay que encontrar una excusa.
2 comentarios:
Me alegra tu vuelta, aunque es como si no te hubieras ido, ya sabes. Pero me refiero a tu vuelta a este otro registro que tan bien cultivas. Entiendo que la escritura de la novela debe de suponer una inversión de tiempo descomunal, y que hacía falta alguna chispa que volviera a encender la maquinaria.
Dicen que cualquier pretexto es bueno, y no imaginas hasta qué punto celebro la frase en una ocasión así.
besos
Gracias, raindrop. Tu vuelta ha sido sido inspiradora para mí. De verdad. Había escrito un comentario muy extenso al momento de tu post de despedida temporal que, por esos extraños designios virtuales, se borró sin llegarse a publicar. Entendía tu necesidad de frenar y poner distancia. En mi caso la distancia ya llevaba un tiempo y para mí eran claros los motivos. Pero leerte de nuevo a tu regreso me motivó. Y luego apareció la excusa que me sacó del silencio. Espero que la motivación dure.
Un abrazo
Publicar un comentario