Mi relación con
la literatura podría decirse que es casi carnal. Se remonta a mis 3 o 4 años cuando mi mamá me llevaba al
supermercado y yo la acompañaba entusiasmada porque sabía que al final, después
de cargar el carrito con la comida, ella cumplía con la promesa y me dejaba
elegir un libro de unos estantes que estaban más allá de las góndolas. Logré
llenar tres cajones completos de un viejo mueble con esos libros cargados de
historias que solo cobraban vida a través de su voz. Esa primera biblioteca
sufrió la misma suerte que la de Alejandría cuando mi hermana –dos años menor
que yo– alcanzó la altura de los cajones y con una algarabía salvaje rompió con
sus manos cada uno de mis libros. Me repuse de la pérdida en cuanto empecé a devorar
–ya por mi propia cuenta– la biblioteca de mis padres. Todavía recuerdo ese
orden que yo alteraba sin permiso y a veces hasta a escondidas. El lomo de
cuero con la letras doradas de los rusos: Dostoievski, Tolstoi, Pushkin, Nabokov,
una edición casera y tipeada a mano de El jardín de los cerezos. La pintura que
ilustraba la tapa dura de ese Tiro de gracia de Yourcenar que dio directo en mi
corazón. Un mundo feliz, El hombre ilustrado, Crónicas Marcianas, Farenheit
pusieron al revés mi mirada del mundo. Esa primera edición de Sudamericana de
Cien años de soledad, Desde el jardín, uno de Pío Baroja cuyo título ya no
recuerdo. Conversación en la Catedral,
Pantaleón y las visitadoras y La tía Julia me hicieron amar a Vargas
Llosa tanto como desear convertirme en “escribidora”. El extranjero de Camus
con las tapas color bordó o ¿era La Peste el de esa edición? Algún Balzac en
esas modestas ediciones de Bruguera. El siglo de las luces de Carpentier, Kundera y su Levedad. La apología de
Sócrates acompasó un largo viaje en micro a Bariloche. 20 Poemas de amor y una
canción desesperada me enseñaron a metaforizar mis primeros escarceos en el
amor. Uno cuyo título me apenaba
pero me ayudó a entender de qué hablaba mi papá cuando hablaba de correr: La
soledad del corredor de fondo. La ingenua infidelidad de Madame Bovary, y la
irremediable Condición humana de Malraux.
Esa biblioteca
que no era mía dibujó la primera cartografía de esto que soy hoy. Los libros
han marcado siempre un recorrido en la evolución de mis pensamientos. No puedo
sentir más que gratitud por ellos y por todos esos escritores que ensayaron
respuestas al misterio de la existencia al tejer historias en cada una de esas
páginas de las que me apropié en una casi instintiva necesidad de explicarme la
propia.
Aprovecho este
somero homenaje a los libros en su día para confesar públicamente que sí les he
robado algunos a mis padres y que seguiré negándolo cada vez que se paren
frente a mi biblioteca para tratar de encontrarlos. Que la historia me juzgue.
4 comentarios:
porque no presto libros?
porque me odian algunos
por no prestar?
porque cada libro
tiene su historia?
( aparte de la escrita)
porque me emociono
cuando te leo?
bye
Tengo la sensación de que los libros son como los amores: imposible olvidar la primera vez, el primer amor.
El primer libro que fue absolutamente mío (tener hermanos es tener que compartir muchas cosas) fue una edición magníficamente ilustrada de fábulas de Tomás de Iriarte. Creo que despertó dos pasiones a la vez: la del dibujo y la de la lectura.
besos
chevere!
me gusta leer mucho literatura, pero quiero empezar a variar un poco el genero.. ahora justo decidi viajar a Los Angeles y seria ideal llevar poesias para leer en el avion. alguna recomendacion?
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