lunes, 20 de junio de 2011

En busca del tiempo perdido




La idea de una mujer que dedica parte de su vida a esperar el regreso de un hombre ha sido el lei motiv de los más diversos relatos, desde los orígenes de la mitología hasta nuestros tiempos, llenos de personajes nacidos de los estragos sembrados por las dos últimas grandes guerras mundiales.

La imagen de Penélope a la espera de la vuelta heroica de Ulises es la que más se asocia con el tema, pues como todo mito posee la característica de ser fundante. Aunque por ese motivo, Penélope también ha sufrido los embates de sus detractores, ya que fuera de la vulgata homérica no son pocos quienes la han imaginado cediendo a los viles demonios de la soledad. Y si bien la leyenda nos dice que la espera no resultó en vano y que finalmente volvió a sucumbir en los brazos de su amado, lo cierto es que la literatura (y la vida real) también está construida por muchas otras historias de mujeres anónimas que no corrieron con la misma suerte que nuestra heroína helénica. Mujeres que enterraron el deseo junto a los cuerpos ausentes de sus enamorados, convirtiendo la trayectoria de sus vidas en un interludio indefinido.

Que alguien pueda hacer entrega de su presente a la vaga promesa de un futuro que la misma promesa anula, resulta por demás inquietante. Nadie está del todo a salvo cuando se sumerge en las turbias aguas de la espera.

La mujer que esperaba del prolífico escritor Andrei Makine (Siberia, 1957), se interna en estas profundidades para indagar sobre el tema, y lo hace desplegando una prosa de una profunda e inusual belleza.

Corre el año 1975 a orillas del mar Blanco, en el Norte de la ex Unión Soviética, se ubica Mirnoie, uno de esos tantos pueblos rurales que parecen no ser dignos de que el paso de la Historia les imprima su huella. A este sitio, varado más que en "el pasado, en el pluscuamperfecto", llega, desde Leningrado, un joven estudiante y disidente del régimen comunista con el fin de efectuar un relevo de las costumbres y tradiciones de la región para un trabajo por encargo, que él piensa convertir en una sátira sobre el imperialismo soviético. Pero lejos de poder llevar a cabo su idea inicial de ironizar sobre las formas de vida propias del lugar, el joven -que a su vez es la voz del relato- se deslumbra con la presencia de Vera, una mujer -veinte años mayor- que espera paciente desde hace treinta el regreso de un novio que se ha ido a luchar al frente de batalla y de quien no ha vuelto a tener noticias desde entonces. El encuentro con ella se vuelve revelador de nuevas formas y termina por convertir el viaje en iniciático.



La imagen de Vera, con toda su sensualidad contenida por el embrujo de una fidelidad que parece haberle adormecido los sentidos, se interpone de golpe entre el joven y el universo. Entonces, todo lo que él piensa, todas sus concepciones respecto del amor, del sexo, de la política, de la cultura, comienzan a desgajarse en miles de pensamientos contrariados que, a su vez, él plasma en su cuaderno de notas. Todas sus ideas (pre)concebidas en un contexto de rebeldía se empiezan a rendir frente a la inocencia de los sentidos en su estado más puro.

Este es el momento en que la novela cobra mayor fuerza, al describir el pasaje que se produce entre el mundo intelectual y el mundo sensible. El joven -a través de la libidinización de los sentidos que la imagen de esa mujer le produce- puede redimensionar una realidad que hasta el momento le resultaba ajena y alcanzar a percibir ciertos matices que sólo se develan al suprimir la distancia que el intelecto interpone entre Uno y las cosas.

Vera y las demás mujeres que habitan en Mirnoie -algunas incluso ya ancianas- han quedado atrapadas en el tiempo en que sus esposos, padres e hijos partieron a la guerra. Esas mujeres con su soledad a cuestas ya no saben de tradiciones, de ritos nupciales ni funerarios, pues la guerra los ha borrado al aniquilarles la posibilidad de transmitirlos. Las únicas leyendas a las que responden son las que deifican a esos amores ausentes. En vez de ellas convertirse en mitos, mitifican a sus hombres aguerridos para poder darle una justificación a un oprobio que no la tiene.

El descubrimiento que el joven hace de esta realidad será clave para su comprensión de una idiosincrasia que pretendía aprehender para luego satirizar, pero a la que ya no puede birlar porque la misma termina por asirlo. En el fondo, parece decirnos, todos somos víctimas de la época a la que pertenecemos, aun cuando se ha caído parado de la otra cara de la moneda.

Andrei Makine construye esta novela -cuyos momentos poéticos la acercan a la plasticidad de obras fílmicas como Madre e hijo, del director ruso Alexander Sokurov- con una prosa de una precisión y una voluptuosidad estética difíciles de encontrar en la narrativa contemporánea.

Bien alejado de los relatos despojados actuales, con narraciones histéricas y sin rumbo, Makine, en cambio, se desliza por el entramado del texto con esa tranquilidad de quien domina el sentido oculto de las palabras y de las cosas que con ellas se nombran. Paradójicamente, el idioma ha sido un escollo para el despunte de su carrera de escritor, que, de todos modos, él pudo sortear con inteligencia y sagacidad. Nacido en Siberia y doctorado en Letras en la Universidad de Moscú, Makine emigró a Francia en 1987, lugar en donde comenzó a escribir sus primeras obras directamente en francés, ya que ésta era la lengua de su abuela materna, con quien se había criado. Esta ductilidad en el manejo de ambos idiomas le permitió burlar a los puristas editores que se negaban a publicar novelas escritas en francés por un escritor ruso. Makine inventó un falso traductor al francés utilizando el nombre de su abuela, pero en masculino: Albertine Lemonnier. Gracias a este artilugio sus obras vieron la luz y, ya en 1995, su nombre ganó el merecido reconocimiento tanto de los lectores como de la crítica, al ganar los dos premios más importantes de las letras francesas: el Goncourt y el Médicis, ambos por su cuarta novela: El testamento francés.

El secreto de la particular escritura de Makine reside en saber articular el manejo de una lengua extranjera con la capacidad para describir la familiaridad de un mundo al que ya no se pertenece. En este ejercicio de memoria, atravesado por la distancia que impone el exilio, el escritor devela su intento por apresar las huellas de un tiempo que se ha ido.

Y así como Ulises no puede evitar volver a Ítaca, Makine regresa a Rusia, una y otra vez, como un héroe cansado, a buscar a su Penélope/Vera, que teje y desteje motivos para seguir viviendo en su ausencia.



6 comentarios:

alvaron dijo...

Después de leer "La mujer que esperaba" y descubrir a Makine, queda la tarea pendiente de profundizar el conocimiento y disfrute de este magnífico escritor.

raindrop dijo...

Se trata de un tema recurrente y que no por ello se agota. Esperan las mujeres de los soldados, igual que esperan las de los emigrantes...

En este caso, la diferencia de edad y la presencia del personaje masculino ajeno a la relación ausente-esperadora, me ha recordado el film "Verano del 42" de Mulligan (por supuesto, salvando las insalvables distancias). Pero es interesante notar cómo se va transformando este tercer personaje, que es el propio protagonista de la historia, por la influencia recibida de la mujer que espera.

Otro tema de interés es del uso de un idioma para reflejar las realidades que suceden en otro idioma diferente. Y cómo el escritor es capaz de cruzar la grieta de separación cultural entre ambos mundos.


saludos

Daniela Vilaboa dijo...

Alvarón:
Me alegra que quieras profundizar en la escritura de Makine. Acá seguro podés conseguir "Entre el cielo y la tierra". "El testamento francés" vas a tener que pedirlo en Amazon. En las librerías hace un mes había uno más reciente. Ahora no recuerdo su nombre. Luego averiguo y te lo paso.
Cualquier cosa, ya sabes, contá con los míos.

Cariños y gracias por seguir la "cadena", jaja

Daniela Vilaboa dijo...

Raindrop:
Sí, quizás lo más interesante sea lo que decís, la marca que se imprime en el personaje principal a partir de esa mujer "malherida" que se le atraviesa en el camino, quien de manera indirecta modifica la mirada que él tenía sobre Rusia, en general y sobre el amor, en particular. Nada menos. A veces uno encuentra las respuestas en los sitios en donde menos espera hallarlas.

Gracias por comentar
Saludos

Allek dijo...

hola como estas?
pasaba a saludarte! te dejo
un fuerte abrazo!

Daniela Vilaboa dijo...

Gracias, Allek