viernes, 3 de junio de 2011

Los desencantamientos (parte II)




El avión despegó a las 9.50 a.m., cinco minutos después de la hora prevista. Era una mañana lluviosa y desoladora en la ciudad de Montevideo. El clima invitaba a irse. Los motivos del viaje también. A mi izquierda se sentó un hombre que no dio señal alguna de tener interés en socializar conmigo. Acertó con el asiento, pues entre hablar y leer, yo siempre elijo lo segundo. Había sacado el libro de Javier Marías de mi bolso antes del despegue. Necesito siempre que ese momento fatal  –en el que siento que el solo peso de mi miedo puede impedir que el avión alcance a levantar vuelo– me encuentre leyendo algo, cualquier cosa, desde la revista del freeshop hasta las instrucciones para ponerse un salvavidas en caso de amerizaje.
Abrí el libro en la página en donde lo había dejado en el viaje de ida, poco antes de la mitad.
Los enamoramientos no cuenta una historia de amor. Su título es engañoso. El enamoramiento está aquí fuera de foco (en oposición a la foto que ilustra la tapa del libro, donde solo está en foco la imagen de una feliz pareja reflejada en un espejo). El libro gira alrededor de un asesinato y de dos obsesiones que están más cerca de la patología psíquica que del sentimiento amoroso. Pero aun cuando esto no importe (que el libro no trate sobre lo que anuncia su título), tampoco es fácil advertirlo, pues en las primeras ciento cincuenta páginas uno no alcanza a saber cuál es el rumbo que el autor quiere imprimirle a la historia. No se sabe si ésta transita por los caminos de un drama o si se adentra en las aguas del género policial. Lo más increíble es que en las páginas siguientes tampoco termina de definirse por una cosa o por la otra, pues Los enamoramientos no debió haber sido un libro de ficción, sino un ensayo. Sobre la impunidad, sobre la obsesión por una determinada persona, sobre el deber ser, sobre la vida después de la muerte o sobre cualquier otra cosa menos sobre el amor como tal. Y digo que se acerca más a un ensayo que a una novela de ficción porque la reflexión predomina todo el tiempo sobre la acción. Una condición que en algunos libros puede despertar interés, pero que en éste se vuelve exasperante. Esto lo descubrí cuando miré por la ventanilla del avión.



 Llevábamos apenas quince minutos de vuelo cuando el comandante de abordo anunció que nos preparábamos para el descenso sobre la ciudad de Buenos Aires. Me gustan estos viajes porque suelen terminar antes de lo previsto. Tengo la teoría de que mienten deliberadamente cuando anuncian que el vuelo será de treinta minutos, solo para darnos una alegría después al aterrizar. Constaté entonces que tenía el cinturón ajustado y me dispuse a apurar la lectura. Pero el descenso no sobrevino. Desde la ventanilla entraba una luz blanca, una claridad fuera de lo habitual. El cielo estaba completamente encapotado, volábamos entre una masa uniforme de nubes blancas que no permitía distinguir ninguna señal del exterior. No se veía la línea del horizonte, ni el sol, ni el lecho del río, ningún elemento que sirviera de referente para establecer a ojo la distancia o la altura a la que estábamos. El avión parecía estar inerte, como  detenido en el cielo. El tiempo empezó a acompañar esa sensación de inmovilidad, yo empecé a perder la noción del tiempo, y el libro de Marías, a volverse denso como el cielo que atravesábamos.  


Los enamoramientos no avanza en línea recta, tampoco lo hace hacia atrás, es un permanente repliegue sobre sí mismo sobre la base de un par de ideas interesantes más un compilado de buenas citas (Balzac, Dumas). Todo ello muy bien escrito, sin duda, pero carente de sentimiento o emoción y con una intriga o suspense casi lavados o sin la fuerza suficiente para hacer avanzar el relato en forma ágil. El problema, a mi entender, estriba en el regodeo innecesario en el que Marías se pierde en pos de imprimirle profundidad al argumento. Repite y repite cientos de veces la misma reflexión, una línea de pensamientos que concadena como si de un razonamiento lógico-filosófico se tratara, mientras sus personajes quedan sueltos y desprendidos de la posibilidad de “actuar”. Uno puede preguntarse por qué el autor tuvo la necesidad de convocarlos si su intención era reflexionar sobre acciones casi sin narrar hechos. Entiendo que ésta es una condición de la literatura actual en donde parecería que los escritores ya no tienen historias nuevas para relatar, y se dedican a reflexionar sobre temas con cierta impronta de seriedad (aun cuando a veces éstos no la posean, que no es el caso de este libro). Ojo, no es que Javier Marías no cuente nada, lo hace, sí, pero la historia –además de que roza lo inverosímil (prefiero no  meterme en este tema, voy a dar por supuesto que sí lo es)– resulta apenas la octava parte del libro. El resto es una nube de ideas que, tal como la que sobrevolaba mi avión, nos hace sentir que estamos detenidos en un presente permanente que nunca avanza, un estado soporífero en el que la noción de tiempo y espacio se deshace en un ralenti.

 En estos pensamientos estaba cuando volví a escuchar la voz del comandante de abordo que anunciaba que en Buenos Aires la temperatura era de 12˚ C, la hora local 10.55 am y que –ahora– sí estábamos prontos a aterrizar. El vuelo de treinta minutos, esta vez, llegó con unos treinta y cinco de retraso de los que no sabría decir dónde estuvo. Lo que sí sé es que a las cuatrocientas páginas de Los enamoramientos le sobran la mitad. Como a este viaje de Montevideo a Buenos Aires al que le sobró la mitad del tiempo.



(Las fotos que ilustran esta nota son gentileza de mi amigo Fernando Jarach, un fotógrafo aficionado de "alto vuelo")

7 comentarios:

raindrop dijo...

Brillante esta manera de hacer de una lectura un viaje y de un viaje una lectura.

alvaron dijo...

Gracias Daniela por convencerme de no intentar leer este libro. Tengo otros mas interesantes para leer!

Daniela Vilaboa dijo...

Todas las lecturas son un viaje; de algunos no se quiere nunca volver y de otros solo estás deseando el aterrizaje...

Daniela Vilaboa dijo...

Alvarón: Javier Marías no va a apreciarme mucho, pero tú sigue buscando por otros lados.

Anónimo dijo...

En una época de recursos limitados a punto de ser agotados ambas cosas son graves. Exceso de consumo de papel y combustión de cerosita. Javier, resume! Daniela, vete en barco!

Anónimo dijo...

Veo que el libro no da ni para comentario, así que lo que quiero que esta distinguida bloguista y/o su séquito de seguidores me diga : alguien supo alguna vez de un "amerizaje" ? Por que, en vez de salvavidas, no nos dan a cada pasajero un paracaidas ??
Salutis.
Pedro Bello

Fernando dijo...

Pedro, aca va un ejemplo de "amerizaje": http://www.youtube.com/watch?v=zVjTIe2BsSY&feature=fvwrel